AUTORES
- Eva Compais López. Enfermera del Servicio Aragonés de Salud.
- Carlos Jesús Bona Garrido. Enfermero del Servicio Aragonés de Salud.
- Andrea Lores Torres. Enfermera del Servicio Aragonés de Salud.
- Isabel Paco Sesé. Enfermera del Servicio Aragonés de Salud.
- Patricia Mateo Hernando. Enfermera del Servicio Aragonés de Salud.
- Ruth Del Río Apuntaté. Enfermera del Servicio Aragonés de Salud.
RESUMEN
El accidente cerebrovascular (ACV) o ictus es una enfermedad de gran repercusión a nivel mundial que afecta en torno a 15 millones de personas anualmente. En España, constituye la primera causa de fallecimiento en el sexo femenino y la segunda en el masculino.
El ACV es producido por una disminución del aporte sanguíneo en una zona del cerebro debido a un proceso isquémico (ACV isquémico) o hemorrágico (ACV hemorrágico). El ictus isquémico se origina por la obstrucción de un vaso sanguíneo cerebral y su tratamiento consiste en la administración de un medicamento trombolítico (rt-PA) o en la realización de una trombectomía mecánica. El ictus hemorrágico, por su parte, tiene lugar por la rotura de un vaso arterial cerebral, bien a nivel intraparenquimatoso (hemorragia intracraneal o intraparenquimatosa) o bien a nivel subaracnoideo (hemorragia subaracnoidea). El tratamiento, en este caso, consiste en el control de la hemorragia y edema cerebral y en la reducción de la presión intracraneal.
Se trata de una patología tiempo-dependiente, por lo que es de vital importancia un reconocimiento precoz de los síntomas y el traslado a un hospital capacitado, siguiendo las pautas indicadas en el protocolo del Código Ictus relativo a cada comunidad autónoma, con el fin de realizar las pruebas complementarias pertinentes para la confirmación del diagnóstico, aplicación de tratamiento específico e ingreso en la Unidad de Ictus (UI).
PALABRAS CLAVE
ACV, ictus, ACV hemorrágico, ACV isquémico, código ictus, fibrinólisis.
ABSTRACT
Stroke is a disease with great repercussions worldwide, affecting around 15 million people annually. In Spain, it is the leading cause of death in women and the second in men.
Stroke is caused by a decrease in blood supply to an area of the brain due to an ischemic (ischemic stroke) or hemorrhagic (hemorrhagic stroke) process. Ischemic stroke is caused by the obstruction of a cerebral blood vessel and its treatment consists of the administration of a thrombolytic drug (rt-PA) or in the performance of a mechanical thrombectomy. Hemorrhagic stroke, on the other hand, is caused by the rupture of a cerebral arterial vessel, either at the intraparenchymal level (intracranial or intraparenchymal hemorrhage) or at the subarachnoid level (subarachnoid hemorrhage). Treatment, in this case, consists in the control of hemorrhage and cerebral edema and in the reduction of intracranial pressure.
This is a time-dependent pathology, so early recognition of symptoms and transfer to a qualified hospital is of vital importance, following the guidelines indicated in the Stroke Code protocol for each autonomous community, in order to perform the relevant complementary tests for confirmation of the diagnosis, application of specific treatment and admission to the Stroke Unit (IU).
KEY WORDS
Stroke, hemorrhagic stroke, ischemic stroke, stroke code, fibrinolysis.
INTRODUCCIÓN
Las enfermedades cardiovasculares suponen a nivel mundial el primer motivo de fallecimiento, con unos 20 millones anuales. Ambos sexos sufren dichas patologías en porcentajes similares. Dentro de las enfermedades cardiovasculares, los accidentes cerebrovasculares (ACV) son la segunda causa de defunción por detrás de la enfermedad coronaria y el primer motivo de minusvalía en personas mayores1-5.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define los ACV o ictus como la disminución de la función cerebral derivada de alteraciones circulatorias en los vasos del mismo que producen una serie de síntomas clínicos de 24 horas o más de evolución y provocan la aparición y desarrollo precoz de signos neurológicos focales. Se origina una inestabilidad entre el aporte y la necesidad de oxígeno que aumenta la presión intracraneal (PIC). Sucede debido a la reducción del flujo de sangre cerebral, en la mayor parte de los casos por la existencia de un coágulo sanguíneo, que puede generar secuelas irreversibles. Atendiendo a ambos sexos, las mujeres poseen una mayor probabilidad de padecerlo, que se incrementa cuando aparece la menopausia, ya que desaparece el factor protector estrogénico. En España, supone el principal motivo de fallecimiento en el sexo femenino y la segunda causa de mortalidad en el sexo masculino. Constituye una afección tiempo-dependiente, por lo que, la atención precoz y la aplicación de medidas de soporte vital son fundamentales para la disminución de la morbimortalidad y secuelas asociadas1-6.
La OMS estima que cada año unos 15 millones de personas sufren un accidente cerebrovascular. Atendiendo a los datos del Grupo de Enfermedades Cerebrovasculares de la Sociedad Española, anualmente se detectan 120000 casos en España, de los cuales fallecen 40000. De estos datos se deduce un ACV cada 6 minutos a nivel nacional. Del total de los ACV, más de un 80% son isquémicos, un 10% hemorrágicos intraparenquimatosos y un 3% hemorrágicos subaracnoideos. Suponen un problema de primer orden en la salud pública de todos los países del mundo, además de ser uno de los motivos fundamentales de fallecimiento, de morbilidad y de distintos tipos de discapacidades, ya que casi el total de pacientes tienen secuelas (un 90%) y un tercio quedan incapacitados para realizar las actividades básicas de la vida diaria (ABVD). En relación a los datos económicos, cabe señalar que la Unión Europea invirtió en 2008 35.8 mil millones de dólares destinados a cubrir los costes derivados del ACV1,3,4,6-10.
Dentro de los factores de riesgo predisponentes para sufrir un ACV, se presenta como factor principal la hipertensión arterial (HTA), haber sufrido con anterioridad una cardiopatía isquémica, Diabetes Mellitus tipo 2 (DM2), dislipemia, hábito tabáquico (aumenta la probabilidad un 50%, debido al desgaste que provoca en la pared endotelial, lo que produce una lesión mayor en el cerebro), sedentarismo, obesidad o enolismo. Muchos de ellos constituyen factores de riesgo modificables, por lo que en muchas ocasiones, la enfermedad se puede prevenir. Después de los 50 años, la posibilidad de padecer un ACV se incrementa, por lo que se recomienda realizar actividades preventivas. Se sabe que aproximadamente un 90% de los episodios, se podrían haber evitado a través de una buena prevención y con estilos de vida saludables1,3,6,7.
Para la realización del diagnóstico del ictus se deben valorar distintos aspectos. En primer lugar, es necesario conocer el tiempo transcurrido desde el inicio de los síntomas y la velocidad de aparición de los mismos. Estos datos revelan información acerca del área cerebral afectada y permiten descartar otro tipo de patologías. A continuación, es preciso consultar la historia clínica del paciente, con el fin de hallar factores precipitantes del posible ACV, tales como factores de riesgo, antecedentes y medicación pautada o administrada. La exploración física y neurológica facilita información acerca de la tensión arterial, nivel de conciencia, existencia o no de signos de focalidad neurológica, afasia y disartria, entre otros10.
Existen escalas simples que facilitan la determinación de un ACV agudo, útiles en el ámbito extrahospitalario, tales como la escala de Cincinnati o los algoritmos FAST y FASTER, que valoran ítems como la alteración del habla, la parálisis facial o debilidad de extremidades superiores. Sin embargo, a nivel hospitalario se requieren escalas más precisas y exhaustivas que permitan determinar la gravedad del ictus. Entre ellas se encuentran la escala NIHSS, capaz de detectar el ACV agudo, valorar su gravedad y orientar en tratamiento y resultado; la escala MRS, que indica a qué pacientes se debe aplicar tratamiento y valora el estado previo y posterior del paciente; o la escala de Rankin modificada (mRS), que determina el grado de discapacidad física e independencia funcional11,12.
Ictus isquémico:
El ictus isquémico o ACV isquémico se origina por la obstrucción de un vaso arterial, que provoca un deterioro por isquemia, lo que reduce el flujo sanguíneo cerebral, llegando a provocar muerte cerebral. Presenta edema y herniación cerebral e incremento de la PIC. Supone una enfermedad de gran morbilidad en todo el mundo. Un dato que llama la atención es que solo menos del 10% lo padecen personas con menos de 45 años, aunque la incidencia de este tipo de ictus está aumentando, hasta llegar a un 40% en todo el mundo2,4,7.
Dentro del ictus isquémico, encontramos diferentes tipos en caso de estar ocasionado por un coágulo de sangre2,3:
- Ictus isquémico embólico, provocado por un émbolo (coágulo libre). Éste se queda adherido a una arteria cerebral, obstruyéndola.
- Ictus isquémico trombótico, ocasionado por una trombosis (coágulo adherido a la pared). Éste crece en volumen y obstruye la arteria.
También puede ser causado por una estenosis o reducción del calibre de la arteria, ocasionado por el almacenamiento de colesterol y lípidos en dicho vaso2,3.
La clínica depende del territorio que se vea alterado2,4:
- Circulación anterior, formada por la arteria cerebral anterior (se presentan síntomas como disartria, hemiparesia, mutismo acinético, hipoestesia e incontinencia urinaria, entre otros), arteria cerebral media (que provoca desviación de la mirada, afasia, alteración de la conciencia, disartria o hemiplejia) y arteria carótida interna.
- Circulación posterior: arteria vertebral, arteria basilar (estas dos arterias provocan compromiso cerebeloso o del tronco del encéfalo, además de alteraciones pupilares y del nivel de conciencia o compromiso motor de todas las extremidades) y arteria cerebral posterior (genera síntomas visuales, como crisis, alteración contralateral del campo visual o agnosia).
- También dificultad de la coordinación, cefalea, trastornos motores o alteraciones del equilibrio.
Para valorar el ACV isquémico, se utiliza la escala NIHSS (Escala del National Institute of Health Stroke Scale), que evalúa las funciones neurológicas en estado agudo y decide si se necesita o no tratamiento para la revascularización con fibrinólisis. Otra escala utilizada es la Escala de Cincinnati, para evaluar la existencia de uno o más síntomas de la enfermedad, o la escala neurológica Rapid Arterial Occlusion Evaluation (RACE) que cuando es mayor de 4 puntos, explica la existencia del cierre arterial de un vaso grande, y así decidir qué pacientes son aptos para recibir el tratamiento de reperfusión. Además de estas, existen otras muchas escalas como Scandinavian Neurological Stroke Scale (SNSS) o Face Arm Speech Test (FAST)1,2,6.
El diagnóstico de la enfermedad es clínico y se realizan diferentes pruebas para su confirmación, entre ellas la resonancia magnética (RM), en este caso del cerebro, para establecer modificaciones isquémicas precoces; y la tomografía computarizada (TAC) de cráneo, dirigida a confirmar si el cuadro se debe o no a una isquemia, determinando la gravedad de la lesión, el centro de la isquemia, el área perjudicada y la posible área a salvar, además de decidir si ese paciente va a recibir o no la terapia de trombólisis. La tomografía axial computarizada (TAC) es la prueba de elección según la Asociación Americana del Corazón (AHA), aconsejando su realización como máximo a los 20 minutos de llegada al hospital, para así conocer con certeza el tipo de ictus que se trata; además de recomendar también la realización de angiografía por tomografía computarizada (angio-TAC) de cerebro y de cuello, con la utilización de contraste yodado2,4,6,8.
El tratamiento se basa en la reperfusión de la zona con isquemia, a través de la trombectomía mecánica o el suministro de Alteplasa por vía endovenosa (trombólisis o fibrinólisis intravenosa). Existe un margen de tiempo para aplicar estos tratamientos, ya que son tiempo-dependientes, que son: 4,5 horas para la trombólisis (Alteplasa) y de 6 horas para la trombectomía mecánica. Ambas técnicas reducen el número de muertes y amplían la tasa de revascularización, además de reducir la estancia hospitalaria. Diversos estudios demuestran mayores beneficios con la trombectomía mecánica que con la trombólisis, aunque todavía faltan más estudios para constatar de forma totalmente segura. Una herramienta útil para elegir qué tratamiento utilizar es la Alberta Stroke Program Early Computed Tomography Score (ASPECTS), que evalúa los cambios isquémicos en el TAC de cráneo sin contraste2,4,6,8.
La terapia de trombólisis con Alteplasa (forma recombinante del activador tisular de plasminógeno [rt-PA]), no se recomienda cuando hayan transcurrido más de 4,5 horas desde el comienzo del ACV isquémico, cuando exista una hemorragia dentro del cerebro, si el cierre ocurre en grandes arterias, ya que tiene un efecto bajo; TCE, en personas con más de 80 años, y antecedentes de la misma enfermedad en los 3 meses previos, entre otros. Esta terapia se administra de forma que se administra el 10% en bolo y el resto (90%) se administra en 1 hora. La complicación principal que se debe vigilar es la hemorragia intracerebral. En la trombectomía mecánica, se realiza un acceso arterial para alcanzar la arteria obstruida y extraer el trombo. Se obtienen mayores resultados con esta técnica en los vasos de gran tamaño que con la trombólisis. Esta técnica se podría compaginar con la utilización de fibrinolíticos2,4,6,8.
Asimismo, pueden ocurrir diferentes complicaciones en la trombólisis como son la hemorragia intracerebral (HIC) o la alergia. En la trombectomía, las complicaciones son la HIC, embolia en otras regiones, la disección de arterias o la perforación arterial6.
Tras la realización de uno de los tratamientos descritos con anterioridad, el paciente ingresará en la Unidad del Ictus (UI) o en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), para mantener una monitorización continua. Estas unidades deben tener personal cualificado y entrenado para recibir pacientes de este tipo. Es importante controlar la tensión arterial, ya que su disminución puede aumentar la isquemia. La normalización de la tensión disminuye el edema cerebral y previene la aparición de hemorragia. También debe vigilarse la temperatura corporal y la glucemia y, en caso de existir desajuste de alguno de los parámetros, se aplicarán medidas descritas posteriormente en el apartado del Código Ictus. Se debe revisar la zona de punción para prevenir complicaciones como pueden ser hemorragia, infecciones, hematomas, pseudoaneurismas, etc6,8.
Es importante recalcar la importancia de una prevención secundaria para disminuir la probabilidad de volver a sufrir un nuevo episodio, y así también disminuir el tiempo de incapacidad debido a la enfermedad; con la utilización de antiagregantes plaquetarios, comenzando a tomarlos al día siguiente o dos días después de haber comenzado con los síntomas. No obstante, se debe valorar cada paciente de forma individualizada, viendo qué opción es más beneficiosa en dependencia de cada caso. Por otro lado, diversos estudios recomiendan la utilización de estatinas (Atorvastatina), ya que disminuyen la incidencia de la enfermedad y realizan una función de protección neurológica, comenzando la administración al día siguiente o, como tarde, dos días después del diagnóstico. Diversas sociedades aconsejan la utilización de 2 antiagregantes combinados (Aspirina + Clopidogrel), no sólo en la fase aguda, sino también días después del diagnóstico, en concreto, 3 meses después, especialmente en el ictus isquémico por estenosis. La guía STROKE no sugiere la utilización de anticoagulantes para evitar la repetición de un ACV, impedir el daño a nivel neurológico o aumentar las posibilidades de mejor pronóstico de la enfermedad, dado que no hay una certeza absoluta de que estos fármacos produzcan una reducción de episodios de ACV. Es fundamental la observación de los factores de riesgo que pueden incidir en la enfermedad2,4,7.
Una vez recibida el alta en el hospital, estos pacientes deben recibir un seguimiento por parte del personal de atención primaria. Unas buenas actuaciones conllevarán una disminución de la mortalidad, de la dependencia y de la repetición de la enfermedad7,8.
Ictus hemorrágico:
El ACV hemorrágico (ACVH) o ictus hemorrágico es la extravasación de sangre a nivel cerebral provocada por una rotura vascular atraumática que produce hipoxia cerebral. Suponen un 20% del total de los ictus y pueden estar producidos por complicaciones de lesiones previas (como malformaciones vasculares, tumores, hemopatías, trastornos genéticos o vasculitis) o en ausencia de dichas lesiones, aunque se asume que su origen tiende a ser multifactorial. No obstante, la causa fundamental del ACV hemorrágico es la rotura de un aneurisma cerebral, asociada a hipertensión arterial (la elevación de la tensión arterial provoca la pérdida de elasticidad de las arterias, lo que incrementa el riesgo de rotura). Según numerosos estudios, el ictus hemorrágico posee una tasa de mortalidad más elevada que el isquémico (25% frente al 0.9% del isquémico)10,13,14,15.
Suelen debutar de forma súbita, con un inicio de síntomas abrupto: náuseas y/o vómitos, cefalea, aumento de la tensión arterial, signos meníngeos, disminución del nivel de conciencia, pérdida de conocimiento, disfasia y afasia, vértigo, ataxia, alteraciones visuales y compromiso neurológico focal, en dependencia del punto de sangrado, entre otros14,16.
Existen dos tipos de ictus hemorrágicos, dependiendo de la localización de la hemorragia: la hemorragia intracerebral o intraparenquimatosa (HIC) y la hemorragia subaracnoidea (HSA). En la primera, el sangrado se origina en el parénquima cerebral, mientras que en la segunda, la hemorragia se produce en el líquido cefalorraquídeo, en el interior del espacio subaracnoideo11.
La HIC es el acúmulo de sangre intraparenquimatoso derivado de la rotura de arteriolas cerebrales. La colección de sangre provoca destrucción celular derivada del hematoma y edema intracerebral, lo que posee un efecto de masa que aumenta la presión intracraneal (PIC) y puede llegar a ser mortal. Puede presentarse de forma abrupta pero, a diferencia del ictus isquémico y de la HSA, es común que los síntomas progresan de forma gradual a medida que aumenta el hematoma (en una tercera parte de los pacientes, el crecimiento del hematoma suele producirse en las primeras 24 horas). Los síntomas asociados, como vómitos, disminución del nivel de conciencia o cefalea, evolucionan en dependencia del incremento de la PIC. La HIC posee un pronóstico peor que los ACV isquémicos y representa en torno al 10-15% del total de ictus. La etiología más frecuente es la HTA, seguida de traumatismos, angiopatía amiloide, drogas y malformaciones vasculares, entre otras11,13.
La HSA es el sangrado producido en el espacio subaracnoideo, que alcanza los surcos y cisternas cerebrales. Posee un gran impacto a nivel sanitario y social, debido a su gran morbimortalidad: supone la defunción del 30% de los pacientes atendidos; y del 70% restante, el 50% presentará discapacidad grave. Sin embargo, se trata del ictus menos frecuente (5%). Las causas traumáticas son las más frecuentes y, dentro de las causas espontáneas, la más habitual es la rotura de un aneurisma arterial. Al contrario que en la HIC, la sintomatología asociada posee un inicio abrupto, con vómitos y cefalea severa que puede presentar irradiación a cuello, espalda y piernas. No suelen asociarse signos focales neurológicos y puede disminuir el nivel de conciencia11.
Del mismo modo que en el ictus isquémico, la técnica de elección para el diagnóstico en fase aguda del ACV hemorrágico es la tomografía computerizada (TAC) cerebral. Se trata de una herramienta rápida, sensible y de alta disponibilidad, que permite evaluar el tamaño y la localización de la HIC, valorar el grado de desplazamiento de las estructuras y la invasión intraventricular13.
Los pacientes que presentan ACV hemorrágico han de ser asistidos desde la Unidad de Ictus (UI) o la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), ya que precisan una monitorización neurológica exhaustiva, por el riesgo de deterioro neurológico presente durante las primeras horas, además de monitorización respiratoria, cardiaca, hemodinámica y analítica11,13.
El tratamiento en el ictus hemorrágico consiste en el control precoz de la hemorragia cerebral y la reducción del hematoma cerebral, mediante fármacos o quirúrgicamente, y la disminución de la tensión arterial, administrando si fuera necesario fármacos hipotensores intravenosos para lograr cifras objetivo de presión arterial sistólica (PAS) de 140-160 mmHg. Además, es fundamental revertir los trastornos de coagulación con el fin de realizar un adecuado manejo de la reducción del hematoma. Esto implica la supresión de anticoagulantes y antiagregantes y la reversión del estado de anticoagulación si procediese. El tipo de tratamiento viene determinado por la etiología y el tipo de ACV hemorrágico. Existen diversas opciones de tratamiento quirúrgico para evitar el incremento de la PIC, como el drenaje de la hemorragia, el clipaje quirúrgico o la espiral endovascular, aunque la realización de estos procedimientos debe evaluarse de forma individualizada y suele ser excepcional. Otras opciones serían la administración de diuréticos osmóticos, el coma farmacológico y la hiperventilación10,11,13,14.
CÓDIGO ICTUS:
El Código Ictus es un protocolo que, en general, se activa desde el ámbito prehospitalario. Está fundamentado en la distinción precoz de los signos y síntomas propios del ACV, con el fin de notificar y realizar un traslado urgente del paciente al centro hospitalario pertinente. Entre los objetivos principales se encuentran: la reducción del tiempo transcurrido entre el inicio de los síntomas y el diagnóstico y tratamiento por el especialista, el aumento del número de pacientes que padecen ACV isquémico y acceden a un tratamiento trombolítico y el número de aquellos que ingresan en una UI de agudos. Para ello, es necesario que exista un estrecho y continuo contacto entre el neurólogo responsable, los departamentos de urgencias intra y extrahospitalarias y el centro de coordinación de urgencias extrahospitalarias17.
En Aragón, existe el Programa de Atención al Ictus de Aragón (PAIA), cuya finalidad es la mejora en la coordinación y la atención a los pacientes que padecen esta patología, buscando reducir la incidencia y morbimortalidad asociadas. Dado que se trata de una patología tiempo-dependiente, es fundamental realizar las actividades de forma secuenciada y regirse por el principio “primum non nocere”, para evitar actuaciones que puedan perjudicar o agravar las secuelas neurológicas del paciente18.
Las medidas iniciales a realizar por parte del 061 ante un paciente con ictus agudo son18:
- Preservar la vía aérea permeable y retirar prótesis dentales.
- A través de la pulsioximetría, obtener la saturación de oxígeno. Si esta es menor del 94%, colocar gafas nasales al mejor flujo posible; si son inefectivas y persiste SatO2 <94%, colocar mascarilla Ventimask.
- Obtener dos accesos venosos periféricos a ser posible con catéter de 18G.
- Obtener muestra de sangre si es posible.
- No emplear la vía intramuscular por si el paciente es posteriormente candidato a fibrinólisis.
- Aplicar la escala RACE para valorar y detectar posibles casos de oclusión de una gran arteria.
- Valorar antecedentes, registrar hora de inicio de síntomas y anotar un número de teléfono de contacto.
- Si se cumplen los criterios de activación (ictus de menos de 24 horas de evolución, sin límite de edad y paciente con pronóstico vital y calidad de vida aceptable), llamar al Centro Coordinador de Urgencias (CCU) para la activación del Código Ictus. El CCU se encarga de contactar con el neurólogo de guardia, quien decidirá a qué hospital debe trasladarse el paciente.
Dado que el tiempo es cerebro, se debe actuar con la máxima celeridad posible, no retrasando el traslado del paciente por la realización de técnicas innecesarias o que pueden realizarse en el transcurso de dicho traslado18.
Siguiendo el PAIA, la atención y el manejo de las complicaciones derivadas del ictus se divide en18:
- Presión arterial: la hipertensión arterial es muy habitual en el ictus agudo. Debe realizarse un cuidadoso manejo de la misma y evitar una disminución súbita para poder asegurar una perfusión cerebral efectiva. No deben tratarse las cifras de tensión arterial sistólica iguales o inferiores a 185 mmHg y diastólica de 105 en candidatos a reperfusión, mientras que en el resto de pacientes la recomendación es no tratar cifras iguales o inferiores a 220 y/o 120, respectivamente. El fármaco de elección es el Labetalol.
- Temperatura: la fiebre se relaciona con peor pronóstico y deterioro neurológico. Debe tratarse si la temperatura es superior a 37.5ºC con Paracetamol intravenoso o Metamizol magnésico, en su defecto.
- Síndrome confusional y agitación: el ictus puede constituir un factor desencadenante. Debe asegurarse la seguridad de los miembros del equipo sanitario y realizar contención física en caso de que ésta facilite el diagnóstico y prevenga agresiones. En caso de administrar tratamiento farmacológico, se recomienda el Haloperidol.
- Glucemia: la hiperglucemia y la hipoglucemia en el paciente con ictus generan complicaciones en la evolución del mismo y empeoran su pronóstico. Por ello, debe realizarse una glucemia capilar en todo paciente con sospecha de ictus y llevar un riguroso control de la misma durante todo el procedimiento. En caso de hiperglucemia, se administra Actrapid; ante una hipoglucemia, se administra suero glucosado al 10% intravenoso y, si es preciso, 10 g de glucosa en bolo inicial intravenosa.
- Crisis convulsivas: el tratamiento de elección son las benzodiacepinas.
CONCLUSIONES
El ACV es una patología de gran repercusión sociosanitaria a nivel mundial por su alta incidencia y morbimortalidad, al igual que por el alto porcentaje de personas que presentan secuelas tras haberlo padecido.
De este trabajo se deduce que pueden reducirse las complicaciones derivadas del mismo si se maneja por personal sanitario entrenado, siguiendo los protocolos de activación del Código Ictus, mediante un precoz reconocimiento de síntomas y posterior traslado al hospital capacitado, donde la realización de pruebas complementarias permita la confirmación del diagnóstico y la aplicación del tratamiento pertinente, bien sea la trombólisis o trombectomía, en caso del ictus isquémico, o el abordaje farmacológico o quirúrgico del ictus hemorrágico.
Para ello, es preciso que exista una comunicación eficaz entre los servicios de urgencias extra e intrahospitalarias, el neurólogo de guardia y el centro regulador de urgencias sanitarias.
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