AUTORES
- Paula Garcés Fuertes. Enfermera en Atención Primaria Sector Zaragoza II. Máster en Gerontología Social por la Universidad de Zaragoza.
- María García Velarte. Enfermera en Atención Primaria Sector Zaragoza II. Diplomada en Enfermería por la Universidad de Zaragoza. Máster en Gerontología Social por la Universidad de Zaragoza.
- Cristina Barcelona Blasco. Enfermera en Consultas Externas Hospital Universitario Miguel Servet.
- Laura Rebeca García García. Enfermera en Consultas Externas Hospital Clínico Universitario Lozano Blesa.Máster en Gerontología Social por la Universidad de Zaragoza.
- Yasmina Millán Duarte. Grado universitario en Enfermería. Lugar de trabajo: Unidad Cuidados Intensivos Hospital Clínico Universitario Lozano Blesa.
- Ana Cristina García Sacramento. Grado universitario en Enfermería. Lugar de trabajo: Urgencias Hospital Royo Villanova.
RESUMEN
INTRODUCCIÓN: El sentimiento de soledad parece ser un problema ligado al proceso de envejecimiento y de institucionalización. Por ello, el objetivo de este estudio fue conocer el estado de soledad subjetiva, así como los factores que pueden influir en personas mayores institucionalizadas.
MATERIAL Y MÉTODO: Estudio descriptivo transversal que incluye a 63 personas mayores de sesenta y cinco años que viven en un centro residencial. Los datos se recogieron a partir de una encuesta “ad hoc” que contenía la última versión revisada de la escala ESTE-R de Soledad.
RESULTADOS: El 68,3% de ancianos manifestó soledad subjetiva, siendo las dimensiones de soledad conyugal y existencial las más frecuentemente observadas (60% y 50%, respectivamente). Al relacionar la soledad con diversos factores, mediante análisis estadístico Chi-cuadrado, en algunos se objetivó un valor p<0,05, que indicó la existencia de diferencias significativas.
CONCLUSIONES: La prevalencia de soledad subjetiva en ancianos institucionalizados fue bastante elevada, siendo un factor asociado el tiempo de institucionalización mayor de doce meses. Sin embargo, no se identificó que la cantidad de visitas familiares y la práctica de actividades externas residenciales influyeran en la aparición de dicho sentimiento.
PALABRAS CLAVE
Soledad, anciano, hogares de ancianos.
ABSTRACT
INTRODUCTION: The feeling of loneliness seems to be a problem linked to the aging and institutionalization process. Therefore, the objective of this study was to know the state of subjective loneliness, as well as the factors that can influence institutionalized older people.
MATERIAL AND METHODS: Cross-sectional study including 63 people over sixty-five years of nursing home. The data were collected through an “ad hoc” survey containing the last revised version of scale ESTE-R Soledad.
RESULTS: The 68.3% of elderly revealed loneliness, being married and existential dimensions the most frequently observed (60% and 50%, respectively). After linking loneliness to various factors using Chi-square statistical analysis, some of them showed p <0.05 value, which indicates the existence of significant differences.
CONCLUSIONS: The prevalence of subjective loneliness in institutionalized elderly was quite high, being an associated factor the time of institutionalization greater than twelve months. However, it was not identified that the number of family visits and the practice of outside residential activities influenced the appearance of this feeling.
KEY WORDS
Loneliness, aged, nursing homes.
INTRODUCCIÓN
El envejecimiento de la población es un fenómeno de alcance global. De hecho, se espera que a primera mitad del siglo XXI se produzca un aumento significativo de la población mayor de 65 años. De acuerdo con proyecciones de la Organización de Naciones Unidas (ONU) para el año 2050, una de cada seis personas en el mundo tendrá más de 65 años (16%), más que la proporción actual de una de cada 11 en este 2019 (9%); y las personas de 80 años o más se triplicará, de 143 millones en 2019 a 426 millones1.
En España, según datos oficiales del Padrón Continuo (INE) del año 2019, el grupo de edad superior a 65 años representaba el 19,3% del total de la población (47.026.208). Asimismo, sigue creciendo la proporción de octogenarios, ya que representan el 6,1% de toda la población, y seguirán ganando peso entre la población mayor 2.
Este avance del envejecimiento, precisará afrontar en las próximas décadas un cambio en la orientación de políticas públicas, tanto en preparación como aumento de los sistemas de salud para la atención geriátrica. La oferta de servicios de atención residencial disponible en España es de 386.873 plazas, distribuidas en 6061 centros residenciales, siendo el índice de cobertura actual el 4,34%. El 58% son plazas de financiación pública y la mayoría son destinadas a mujeres mayores de 80 años en situación de dependencia3.
La institucionalización de un adulto mayor puede ser debida a diversas circunstancias, tales como el deterioro del estado de salud, el fallecimiento de familiares y/o la falta de disponibilidad para el cuidado informal, entre otras4,5. Con frecuencia, las personas mayores piensan que acabarán residiendo en estos centros en contra de su voluntad y sufriendo el desamparo de la familia. En este sentido, son numerosas las percepciones negativas evocadas por este segmento de la población, asociando el vivir en una residencia a términos como aislamiento, angustia, pérdida de autonomía y sentimientos de soledad6,7.
La soledad, a pesar de ser un problema que puede acontecer a cualquier ser humano sin importar edad, sexo o estrato social, sigue considerándose como un estereotipo relativo al proceso de institucionalización y a la vejez en sí misma8,9. Así, el envejecimiento va acompañado de una sucesión de pérdidas como deterioro de la capacidad física y/o cognitiva, disfunción sensorial, cese de la actividad laboral y fallecimientos del entorno sociofamiliar, que si se suman al llamado estrés por reubicación derivado del ingreso en una residencia, puede facilitar la experiencia de soledad5,6,.
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la soledad es la carencia de compañía, pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguna persona10. Entre otras definiciones, cabe destacar la expuesta por Rubio et al. en numerosos estudios, que describe soledad como una condición de malestar emocional que surge cuando un ser humano se siente incomprendido o rechazado por otros, o carece de compañía para las actividades deseadas, tanto físicas como intelectuales o para lograr la intimidad emocional11. Por tanto, se puede considerar que el significado de este fenómeno es multidimensional y polivalente, por ello se reconoce como un macroconcepto8,12.
Desde este enfoque complejo, Álvarez en el año 1983 mostró dos dimensiones de soledad: exterior e interior, en relación a lo que se vive en el entorno y a lo que se siente13. Décadas más tarde, Rubio y Alexandre diferenciaron soledad objetiva y subjetiva, estimando que no es lo mismo estar solo que sentirse solo11.
Cualquier individuo puede vivir solo y experimentar falta de compañía. Con frecuencia, las personas mayores se ven obligadas a ello, pero esto no siempre implica una vivencia desagradable, manifestándose algunos como una situación enriquecedora e, incluso a veces, deseada6. Por tanto, como indica Rubio et al estar solo no siempre es un problema14. Aunque según indican Castejón y Rubio, entre el 60-70% de ancianos que viven solos declaran experimentar soledad11,15. Por el contrario, también es posible que algunas personas que viven acompañadas sientan un vacío emocional con nostalgia, tristeza o añoranza por personas queridas, hecho que suele corresponder a una escena de soledad no buscada, ni deseada11.
Dentro del contexto geográfico europeo, las personas mayores de países del Sur de Europa manifiestan índices de soledad percibida muy superiores a los de los países nórdicos, pese a que en éstos últimos figuran las tasas más altas de hogares unipersonales15,16.
La percepción de soledad es muy amplia, tanto es así que el ser humano puede desarrollarla en un ámbito familiar, conyugal y/o social. La soledad familiar hace alusión a un vínculo pobre con la familia, tanto en cantidad como sobre todo en calidad de afecto; la soledad conyugal gira en torno a una relación alterada con la pareja afectiva y, sobre todo, se hace evidente ante la ausencia de relación amorosa resultado de la muerte de uno de los conyúges6,15,17; la soledad social es aquella percibida por un núcleo de amistades insuficiente y/o sensación de falta de apoyo o integración social. En personas mayores se enlaza al fallecimiento de amigos, a la pérdida de contactos laborales tras jubilarse o al detrimento de capacidades físicas que impiden mantener relaciones sociales óptimas6. En algunas ocasiones, el adulto mayor desarrolla soledad existencial en referencia a lo que siente o percibe sobre sí mismo11.
Cualquier tipo de soledad, puede tener consecuencias negativas sobre el estado de salud del anciano, ocasionando un deterioro físico, funcional, cognitivo, fragmentación de la calidad del sueño, dolor, baja autoestima y aparición o agravamiento de enfermedades mentales, como la depresión y/o ansiedad16,18,19,20,21. Sin embargo, junto con el proceso de envejecimiento y la estructura del hogar (vivienda solitaria o institución), estas afecciones también son consideradas como importantes riesgos para padecer soledad16,18.
En base a lo anterior, es de vital importancia conocer si una persona de edad avanzada siente soledad. Para ello, se debe contar con herramientas específicas como escalas de medición validadas. Actualmente, existen una gran variedad de instrumentos de valoración que contemplan la soledad desde un enfoque subjetivo y objetivo, como la escala de Soledad de la Universidad de California en Los ángeles (UCLA), Social and Emotional Loneliness scale for adults-shorts (SELSA), Emotional and Social Loneliness Scale (ESLI) y la escala de Satisfacción Vital de Philadelphia, aunque la más novedosa y, constituida a partir de una fusión de estas cuatro, es la escala ESTE de Soledad, que se elaboró ante las dificultades de conceptualización y medición del constructo de soledad. De todas ellas, sólo la Escala de Satisfacción Vital de Philadelphia (Lawton, 1975) y la Escala ESTE de Soledad (Rubio, 1999) son de uso exclusivo para valorar la situación de soledad en el anciano22.
En cuanto a las estrategias para hacer frente a la soledad, cabe destacar las encaminadas por los propios ancianos y aquellas promovidas por los servicios sociosanitarios. Por un lado, los adultos mayores recurren a ver la televisión o a la expresión continúa de molestias para atraer la compañía de personas queridas y/o cuidadores profesionales. Por otro lado, las estrategias de los servicios sociosanitarios han ido dirigidas a desarrollar programas terapéuticos de prevención, detección y control de la soledad, siendo las intervenciones más beneficiosas para aliviar este sentimiento aquellas que integran el apoyo sociofamiliar, actividades en grupo y en las que el anciano participa activamente en la comunidad23.
Definitivamente, el propio proceso de envejecimiento y otros cambios en la vida del anciano hacen que la soledad afecta en gran medida a este grupo etario, sin embargo, este sentimiento sigue siendo escasamente estudiado, sobre todo en entornos residenciales. Por este motivo, en el presente trabajo se pretende explorar las tasas de soledad subjetiva en personas mayores que habitan en estos centros y su relación con diversos factores, con el fin de ayudar no sólo al profesional sanitario, sino también al individuo, familiares y a la sociedad en general a encaminar estrategias de intervención específicas a este nivel.
OBJETIVO
Conocer el estado de soledad subjetiva en personas mayores de sesenta y cinco años que viven en un centro residencial e identificar la posible relación con el tiempo de institucionalización, la realización de actividades externas y el número de visitas familiares.
MATERIAL Y MÉTODO
Se trata de un estudio piloto de carácter descriptivo transversal sobre soledad subjetiva en pacientes institucionalizados en un Centro de Tercera Edad. La población objeto de estudio estuvo compuesta por personas mayores de 65 años, que estuvieran institucionalizadas desde al menos 3 meses al inicio del estudio. Se excluyeron del estudio aquellos individuos que se encontraban hospitalizados, los que no aceptaron participar en la investigación y todo aquel diagnosticado de trastorno mental grave, deterioro cognitivo moderado o severo (test de Pfeiffer ≥5) y/o en estado terminal con pronóstico de vida menor a 6 meses. Según estos criterios de selección, definitivamente se obtuvo una muestra de 63 personas, 20 hombres y 43 mujeres.
Para la recopilación de datos se elaboró un cuestionario, caracterizado por ser ad hoc y compuesto por dos secciones. La primera sección contenía preguntas de carácter sociodemográfico y de información relevante sobre el estado de salud y red sociofamiliar del anciano institucionalizado; y la segunda sección estuvo formada por la escala Este-R de Soledad para Personas Mayores. La escala determina cuatro dimensiones de soledad (social, familiar, conyugal y existencial), así como el grado en que se manifiesta (bajo, medio o alto).
Los datos se recogieron en el programa Microsoft Office Excel© y, para el tratamiento estadístico, fueron importados a una matriz con formato propio del programa Statistical Package for the Social Sciencies© (SPSS). Para el análisis descriptivo univariante de las variables cualitativas se realizaron tablas de frecuencias y para variables cuantitativas se calcularon medidas de tendencia central y dispersión. Mientras que, para el análisis descriptivo bivariante se realizó la prueba Chi-cuadrado, con un nivel de confianza del 95%.
RESULTADOS
El total de población estudiada fue 63 ancianos, representando las mujeres el 68,3%. La media de edad fue de 79,35 años (DE 5,925). El 65,1% superaban el año de ingreso en la residencia. La viudez fue el estado civil predominante (52,4%) y estar casado o con pareja representó el 39,7%, siendo minoritario el grupo de individuos solteros, separados o divorciados (8%). La mayoría de ancianos presentaban mal estado de salud y una calidad del sueño inadecuada (65,1 y 55,6%, respectivamente) y un 30,2% estaba diagnosticado de depresión. En torno al 80% constató tener una relación sociofamiliar adecuada y un 61,2% expresó recibir más de 4 visitas familiares a la semana. Además, es destacable que un 52,4% del total de la población de personas mayores realizaban actividades fuera de la residencia, como salir a comer, pasear o realizar excursiones.
La prevalencia de soledad subjetiva fue del 68,3%. En el análisis dimensional, la soledad conyugal y la soledad existencial fueron las más observadas (60,3% y 50,8% respectivamente), frente a la soledad familiar (30,2%) y social (28,6%) que mostraron prevalencias relativamente bajas.
Un 76,7% de los ancianos institucionalizados por más de doce meses presentaban soledad subjetiva, mientras que el 60% de los ancianos sin soledad no superaba el año de ingreso en la residencia. Tras realizar la prueba Chi-cuadrado, se obtuvo una significación de 0,004, que hace evidente la relación existente entre el estado de soledad subjetiva y el tiempo de institucionalización.
En personas mayores con soledad subjetiva, se demostró que un 55,8% no practicaba actividades fuera de la residencia. Por el contrario, un 70% del total de ancianos sin soledad afirmó realizar actividades externas. Tras realizar la prueba Chi-cuadrado, una significación del 0,056 reveló la ausencia de asociación entre las dos variables estudiadas. En cambio, al relacionar las actividades externas residenciales con cada dimensión de soledad subjetiva, se observaron diferencias significativas respecto a soledad social (p=0,013) y existencial (p=0,016).
Para demostrar si el número de visitas familiares influía sobre el estado de soledad subjetiva de los ancianos institucionalizados se realizó un análisis inferencial. En este análisis se pudo comprobar que tanto el 55,8% de ancianos con soledad subjetiva, como el 70% de ancianos que no se sienten solos, recibían más cuatro visitas familiares a la semana. Una significación de 0,144 puso de manifiesto que el número de visitas familiares no parece influir sobre la aparición de soledad subjetiva. Sin embargo, al relacionarlo con cada dimensión de soledad subjetiva, se evidenció una asociación significativamente estadística entre soledad familiar y número de visitas familiares.
DISCUSIÓN-CONCLUSIONES
La prevalencia de soledad subjetiva en la población de ancianos institucionalizados fue superior a la reportada en otros estudios5, siendo la soledad conyugal y existencial las más frecuentemente observadas.
Sentirse solo en la vejez también parece estar incentivado por un fenómeno cada vez más extendido en la sociedad actual, como es la institucionalización de personas mayores, proceso que muchas veces es llevado a cabo en contra de su voluntad6. Este estudio no señaló si residir en hogar propio, familiar o en una residencia de mayores influye en la aparición de soledad, pero sí demostró diferencias significativas en el estado de soledad subjetiva en función del tiempo de institucionalización (p=0,004), siendo una relación directamente proporcional, es decir, cuanto mayor era el período de ingreso más frecuente era el sentimiento de soledad, y viceversa. Este hecho, que confirma la hipótesis inicial, podría ser debido a la suma de un fuerte rechazo por gran parte de los ancianos hacia este tipo de vivienda6.
Aunque la percepción de soledad se informó con más frecuencia entre los ancianos que no realizaban actividades externas residenciales (55,8%) que en los que salían de excursión, a pasear, a comer o disfrutaban de otras acciones fuera de la residencia (44,2%), la diferencia en proporciones no alcanzó los niveles convencionales de significación estadística (p=0,056), de manera que fue rechazada la hipótesis planteada al comienzo del estudio. No obstante, estas actividades demostraron influir en soledad social (p=0,013) y existencial (p=0,016). Estudiar esta variable ha supuesto una aportación relevante y novedosa a la literatura sobre el tema, ya que sólo Roos4 habla de actividades llevadas a cabo por personas mayores institucionalizadas, obteniendo que cuando los ancianos no participan en actividades que previamente han sido importantes para ellos, experimentan mayor sensación de soledad. Este mismo autor, también afirma que la falta de actividad estimulante hace más difícil el establecimiento de relaciones interpersonales, lo cual podría explicar la asociación existente entre soledad social y la práctica de actividades externas residenciales.
La familia es una red de apoyo informal esencial para el bienestar y calidad de vida de cualquier persona y se puede considerar el principal soporte social del anciano8,16. En base a esto y previamente a la realización del estudio, se pensó que la experiencia de soledad en el anciano institucionalizado sería inversamente proporcional al número de visitas familiares que éste recibiera a la semana, de tal forma que si un anciano tenía más de cuatro visitas se aliviarán sus sentimientos de soledad subjetiva; pero los datos han confirmado que no existe ninguna asociación (p=0,144), rechazando por tanto la hipótesis formulada al comienzo del estudio. Fokkema et al18 afirmaban que mantener un contacto frecuente con miembros de la familia disminuye la prevalencia de soledad en personas mayores, haciendo hincapié en otros recursos clave, como la intensidad y calidad de afecto en la relación con sus seres queridos.
Cabe decir que, los resultados de este estudio se limitan a un pequeño grupo de personas mayores que viven en un centro de atención residencial y, por tanto, los datos no pueden generalizarse a toda la población de ancianos ingresados en este tipo de centros. Además, durante el análisis, es posible que algún factor no medido interfluyera en los resultados obtenidos. También es necesario precisar que, dada la naturaleza transversal del estudio, no se puede inferir en la direccionalidad de la asociación, por lo que esta investigación no ayuda a aclarar la controversia de si una variable es causa o efecto de soledad subjetiva.
Finalmente, se anima a seguir investigando acerca de este tema y a desarrollar programas de intervención para prevenir o reducir la sensación de soledad.
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